Claudio descubrió en la mañana del 15 de enero que su espejo fallaba. Había sutiles diferencias como en los juegos de errores de las revistas de crucigramas.
Estaba reventándose granitos minuciosamente, cuando vio que sobre el vanitory los cepillos de dientes se reflejaban diferentes. Había uno azul y otro violeta, pero en el espejo se veían azul y rojo.
Subió y bajó la vista varias veces, pero no variaron los colores, violeta en su mano, rojo en el espejo.
No le fue fácil seguir el día, solamente pensaba en la falla del espejo.
A la tardecita apenas llegó de trabajar, Claudio se abalanzó al baño sobre el porta cepillo de dientes, pero en la realidad su cepillo violeta se había vuelto rojo, ya no era sólo en el espejo.
A la mañana siguiente, entre dormido, lo primero que hizo fue ir a relevar el baño y ahí estaba. Sobre la cortina de la bañera, había un corpiño colgado en la imagen del espejo. Al darse vuelta de un salto vio que se trataba de una remera sucia que dejó la noche anterior. Y otra vez se dio vuelta y otra vez, y una y otra vez. Corpiño, remera, remera, corpiño.
Trastornado le tocó el timbre a la vecina y le pidió casi gritando
– Ayudame decime que no estoy loco, en el baño veo cosas reflejadas en el espejo que no están cuando me doy vuelta, por favor vení y decime que no estoy loco.-
Laura entró al departamento, después de todo lo conocía hacia años y era un tipo bárbaro, y sólo vio una remera colgada en la ducha, igual que en el espejo. El silencio los invadió, Claudio sentía la lástima que ella le tenía en ese momento.
Al volver de trabajar esa noche fue directo al baño. Buscó en la imagen ¿qué diferiría esta vez? No logró encontrar nada, pero había olvidado mirarse.
El espejo lo que alteró fue su imagen. Su reflejo era el de una mujer.
Corrió nuevamente a tocar timbre a su vecina, necesitaba que ella lo calmara, pero al abrir la puerta, lo que menos esperaba; ya no era Laura, quién lo recibió fue él.
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